Paul Klee (1879-1940) ha sido sin duda alguna una de las figuras más emblemáticas del arte moderno. De origen suizo, desarrolló su carrera artística en Alemania, donde puso en práctica un estilo a medio camino entre el surrealismo de los años veinte, el segundo expresionismo alemán (conocido como “El jinete azul”) y diferentes procesos de abstracción.
Análisis de Ad parnassum (1932)
El cuadro representa una metrópolis diseñada a partir de los elementos básicos del lenguaje visual: el punto, la línea y el plano.
El fondo está constituido por pequeños cuadrados con variedad de colores, a modo de teselas de un mosaico, que simulan bloques de edificios en una gran ciudad. Los contornos aparecen delimitados por apenas unos trazos de líneas negras que dibujan algo parecido a puerta cilídrica y un tejado a dos aguas. Como en la figura literaria denominada sinécdoque, podríamos considerar que el autor se sirve de una parte reconocible y significativa del paisaje urbano para simular el todo de la metrópolis. La verticalidad del cuadro es compensada en la parte superior con el diseño de un cielo horizontal integrado por un círculo, identificado con el sol o la luna, y un triángulo. En este contexto, la línea dibujada se erije como un elemento gráfico creador de formas, expresivo por sí mismo.
Los colores son utilizados de una manera cromática, cercana al puntillismo, lo que crea un efecto de tapiz. Su degradación está estudiada para lograr una armonía de conjunto. Ello invita al espectador a ver la imagen de cerca e indica una especial sensibilidad del artista por el detalle. La particular plasticidad, sumada a la negación de la profundidad, confiere una cualidad mágica al cuadro.
La relación entre el arte espontáneo de Paul Klee y el mundo infantil responde a una atracción mutua. Él mismo llegó a escribir que seguía siendo un niño pero, ¿qué hay de cierto en ello? ¿Cómo es posible esta actitud en un gran intelectual? La infancia constituyó para él una especie de ideal creativo, un mundo virgen aún no modelado por la educación. En los dibujos infantiles veía realizado su propio deseo de olvidarse de la convención académica.
“Hay unos principios primitivos del arte que se encuentran en las colecciones etnográficas y en sus propias casas, en las habitaciones de los niños”, dijo en 1912. “Los niños tienen ese poder, y es una lección de sabiduría que nos pueden dar. Cuanto más ignorantes son, mejor pueden proporcionarnos ejemplos ricos en lecciones y debe preservárseles, cuanto sea posible, de toda corrupción”.
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